La vida eterna

por con el viento en las velas

Me marcho del pueblo después de cuidar
a mi padre,
después de su muerte.
Me marcho lleno de un vacío
nuevo para mí,
hecho de estupor y agotamiento.
También lleno de amor y gratitud.
Me marcho no sé si como un niño adulto
o un adulto niño,
habiendo entendido algo
que olvido de tan obvio que es
y a punto de entrar
(¿quién podía esperar algo así?)
en la peor oscuridad.
Qué gran misterio es no saber.
Se levanta el telón.
Salgo de esa oscuridad.
Han pasado cuatro años.
Al levantarme un día de la arena,
como si el pensamiento viniese
de la acción,
de repente recuerdo
lo obvio que había olvidado,
me lo encuentro de frente
como si siempre hubiese estado ahí.
Conserva el mismo aliento fresco
de la ofrenda que era,
sigue siendo válido.
En el mar respiro
un aire incandescente que me atraviesa,
me llena el pecho hasta el mismo borde,
como el vaso del que he de beber.